domingo, 28 de marzo de 2010

La canción del mapache

Los árboles se doblaban hacia el suelo y la tormenta de nieve arreciaba de tal modo que el miedo resultaba vulgar, la magnitud de la maleza aterrorizada hacía pensar poco más allá de una fugaz existencia , la muerte como único camino, la verdad absoluta, el auténtico fin, y en cambio , me sentía inmejorablemente bien, extrañamente bien, quería más, como en un gran concierto, quería más, una pequeña llama encendida para terminar de darme cuenta de que la vida nunca fue nuestra, para llegar a la conclusión de que los humanos no lo son tanto y por primera vez esperar valientemente la justicia de la naturaleza, la ley de la selva, inculta y salvaje, esa misma que hoy dice: vale, vete ya. Y en efecto el miedo para nada, ese era el exacto mensaje, un segundo revelador y crucial, pero daba igual, millones de tallos quebrados, infinitos cadáveres, la tierra levantada y el mundo hostil e implacable que se había cansado, la insignificancia de una falsa hegemonía, la humillación y la vergüenza … , : y aún, cuando nadie podía pensar , despertó un mapache, un pequeño aprendiz de oso que con su cara entrañable al gélido viento proclamaba: ¡otra vez tú vieja tormenta!, y cerraba los ojos sin apartarse de ella, ¡otra vez tú! y ella no podía decirle nada, inútil avisar al viejo sabio del bosque, sabía que todo su valor era suficiente para ignorarla y continuar hasta el final, pues el temor no está hecho para los mapaches. El mundo desaparecía por todos los lados mientras el mapache se atusaba con sus lamidas palmas y tranquilo esperaba un juego nuevo, no conocía el miedo, y mientras el apocalipsis se cumplía inexorablemente, el mapache decidía dormir un poco, y cuando todos se levantaban el soñaba un mundo nuevo.



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